Blade Runner fue estrenada en 1982 y ya se
considera todo un clásico de la ciencia ficción, no solo por toda la
influencia que ha ejercido sobre otras películas de ciencia ficción -
como puede ser Matrix- o sobre el ciberpunk, sino también, por una serie
de preguntas filosóficas que formula y que presentan una continua
actualidad.
A pesar de que los efectos especiales hoy están bastante anticuados, la acción rápida de la película, los guiños al cine negro de los años 30 o 40 o incluso al western -con una temática que se puede relacionar a la de Sólo ante el peligro-, hacen que la película pueda ser atractiva para un público muy diverso.
Ahora bien, la mirada que trataré de ejercitar,
con una clara intención didáctica – y siguiendo los consejos de Theodore
Cooke en su artículo Using Blade Runner in Your Introduction to Philosophy Course -, la
centraré fundamentalmente en poner de manifiesto los problemas
esenciales del ser humano que la película presenta y, sobre todo, en el
replanteamiento que a partir de Blade Runner podemos hacernos
sobre qué es lo que nos hace ser personas. Mi expresa intención es
remarcar los aspectos del guión fílmico que sirven para complementar el
guión de mis clases de Filosofía e Historia de la Filosofía. Y, desde
esta perspectiva, los puntos que trataré básicamente, aunque en el
redactado están un poco mezclados, son:
- 1. La dimensión personal del ser humano.
- 2. Forma y límites en el reconocimiento de la identidad personal.
- 3. La moral: ¿acaso matar a Dios humaniza o transhumaniza?
- 4. El tiempo, el amor y la muerte.
- 5. La vida personal como narración.
1. La dimensión personal del ser humano: sentimientos, logos y memoria
Blade Runner está ambientada en el futuro, en 2019, en la ciudad de Los
Ángeles. Un grupo de Replicantes Nexus-6, robots creados por la Tyrell
Corporation e idénticos virtualmente a los hombres, han capturado una
nave y se dirigen a la Tierra, planeta al que tienen prohibido el
acceso, con la esperanza de descubrir su fecha de caducidad. Los
replicantes quieren alargar sus vidas pero la policía tiene unidades
especiales, que reciben el nombre de Blade Runners, encargados de
“retirar” a estos seres cibernéticos.
Aunque los replicantes no son seres humanos, físicamente se parecen y, mas aún, actúan y piensan como nosotros. De hecho, la única manera de distinguir un replicante de una persona es por medio de la prueba Voight Kampff – que parece inspirada en el famoso Test de Turing -; prueba que trata de detectar las señales fisiológicas de la empatía y sirve para determinar a quién debe matar Deckard, el Blade Runner protagonista.
En este punto podemos comenzar a
formularnos ya unas cuantas preguntas que nos introducen de lleno en la
perspectiva filosófica. Por ejemplo, aunque un replicante no estuviese
hecho del mismo material que nosotros, si fuera capaz de reaccionar y
responder al igual que cualquier otra persona – Cfr., Searle, J., ¿Es la mente un programa informático?, en Investigación y ciencia,
p. 162, 1990. - ¿no deberíamos reconocerlo como persona? Y, por otro
lado, observando sólo los estados fisiólogicos y la conducta, ¿podemos
afirmar que el otro – humano o replicante – tiene experiencias similares
a la nuestra? Es más, ¿podemos afirmar que los otros tienen mente,
teniendo en cuenta que solo tenemos experiencia directa de nuestros
propios estados internos?
Deckard aplica la prueba a Rachael, quien trabaja para el Dr. Tyrell, y descubre, con mucha dificutad, que ella también es una replicante, aunque ella no lo sabe. La incredulidad de Deckard se hace patente cuando se pregunta: "¿cómo puede no saberlo?” El Dr. Tyrell señala que le ha introducido un pasado personal en su memoria – recuerdos, experiencias que pertenecen a la infancia de su sobrina – que sirven de apoyo a sus emociones logrando así su mayor y progresiva humanización. Es decir, la memoria junto al desarrollo de sus sentimientos y su capacidad racional son la base de su identidad que le hace reconocerse a sí misma – tener autoconciencia - como humana. Memoria que a su vez, como señala el doctor, a ella le sirve para encontrar su identidad y al que la manipula para controlarla.
2. Forma y limites en el reconocimiento de la identidad personal
El hecho de que Rachael tenga
recuerdos de acontecimientos que nunca ha experimentado realmente nos
plantea un problema respecto a la consideración de lo qué entendemos por
identidad personal. Según Locke, ni el alma, de la que no tenemos
experiencia, ni el cuerpo, que puede sufrir modificaciones radicales con
el paso del tiempo, pueden ser el fundamento de nuestra identidad
personal; lo único que justifica nuestro yo es la conciencia, la
uniformidad de la memoria. Ahora bien, si el cuerpo de Rachael posee el
cerebro de la sobrina de Tyrell, ¿quién ha sobrevivido a la operación
que ha unido ambas partes? Los avances tecnológicos hacen que este
planteamiento no sea inverosímil y, sin embargo, ¿qué criterios nos
servirían para saber quién sobrevive? Aunque nuestra sociedad hace
hincapié en el cuerpo como marca de nuestra identidad: ¿qué problemas se
presentan aquí cuando decimos que una persona es idéntica a su cuerpo? Y,
por último, si los transplantes de cerebro o implantes de memoria son
verosímiles, ¿quién puede afirmar que esto no haya sucedido ya?, ¿no
seremos nosotros mismos un replicante?; y Deckard, ¿es un replicante,
como sugiere el director de la película?
Más adelante, Rachael salva la vida a Deckard y éste, en una escena conmovedora, a pesar de que su jefe quiere que tambien mate a Rachael, le promete no matarla. Vemos claramente como, aunque Rachael está fabricada en un laboratorio, Deckard siente la obligación moral de protegerla, como si se encontrara ante otra persona. Ante Deckard, Rachael pasa a ser un sujeto legal portadora de derechos y deberes. Deckard lejos de considerar a Rachael como un objeto o cosa, como una mesa o un sofá, que no tiene derechos ni tiene por qué ser, por tanto, respetada, hace de ella un ser individual valioso en sí mismo; una persona digna. Ahora bien, si estamos dispuestos a considerar como personas a replicantes como Rachael porque parece que tiene pensamientos y sentimientos similares a los nuestros, ¿por qué no considerar personas a nuestras mascostas e incluso a un oso de peluche con el que un niño ha desarrollado su infancia?
La famosa diferencia de Descartes entre substancias extensas y substancias pensantes es fulminada en el momento que la replicante Pris, en un esfuerzo por convencer a JF Sebastian de su dimensión personal, pronuncia el famoso argumento de Descartes cogito ergo sum (pienso, luego existo). Literalmente, el guión dice: “I think, Sebastian, therefore I am.” Y pongo la frase original porque desgraciadamente, en un momento de alta tensión filosófica como éste, el traductor se lució diciendo “yo creo, Sebastian, que eso es lo que soy.” Pero, volviendo al hilo de nuestras cuestiones, ¿podemos señalar en éste caso alguna diferencia si la declaración la pronuncia un hombre o un replicante, algo que no es engendrado sino que se produce en un laboratorio? Rachael se ve y actúa como lo haría un ser humano, e incluso está hecha del mismo material orgánico que nosotros. Entonces, ¿qué razón nos queda para no considerarla persona?
Aunque nosotros somos concebidos mediante la reproducción sexual y los replicantes se construyen en un laboratorio, más allá de nuestra diferencia en los puntos de origen, ¿hay alguna diferencia fundamental entre un replicante y un humano que nos permita decir categóricamente que nos diferenciamos los unos de los otros? Además, si tenemos en cuenta el desarrollo actual de la biotecnología deberíamos replantearnos nuestra identidad como seres humanos incluso en nuestro punto de origen. Si bien, históricamente, la identidad humana venía justificada por la combinación azarosa de un cierto material genético (antropología física), ahora gracias a la biotecnología estamos alcanzando un control desbocado sobre la materia de nuestra identidad. La posibilidad real de una civilización eugenésica, exige replantear los principios que configuran la identidad humana y valorar las posibles consecuencias filosóficas en nuestra dimensión personal.
3. La moral: ¿Acaso matar a Dios humaniza o transhumaniza?
Blade Runner también tiene la virtud de mostrar
“la muerte de Dios” anunciada por Nietzsche en una metáfora audiovisual
contundente, llena de tensión y belleza.
Una de las características fundamentales del ser
humano es, o ha sido, también la de tener un padre, un padre moral que
da la vida, orienta y limita. Por otro lado, quizás sea también una
característica humana la de rebelarse y pedir más al creador. Los
replicantes buscan, como cualquier humano, que su creador les dé
respuestas y sobre todo tiempo para poder luchar por sus vidas. Los
replicantes tienen miedo a morir y exigen, con una desesperación muy
humana, que sean modificadas sus capacidades. Cuando Roy, angustiado
ante la muerte, asesina brutalmente a Tyrrell, su creador, se humaniza,
asumiendo trágicamente su destino y recordándonos a los espectadores que
nosotros también tenemos fecha de caducidad. Ahora bien, ¿detrás de la
brutalidad que supone el asesinato del Creador, no podríamos ver en Roy
un gesto de trans-humanidad que se manifiesta en su falta de
resignación, en su deseo de vivir y su amor a la libertad? ¿Qué harías
tú si supieses el tiempo de vida que te queda?
Como señala Hegel en la Fenomenología, el reconocimiento de los derechos o libertades pasa por una guerra a muerte entre el “señor” y el “esclavo” que busca ser reconocido. ¿Acaso no fue necesario en la Revolución Francesa cortar la cabeza al rey (representante de Dios en la tierra) para que el hombre pudiese crear sus propios derechos humanos? ¿Puede el hombre ser verdaderamente libre si su moral está sometida a imperativos que no proviene de su propia razón?
El aspecto juguetón de Roy, al final de la película, parece recordarnos a ese niño de Nietzsche que crea más allá de los valores tradicionales para escribir su propio camino, un camino que quizás ya tampoco sea del hombre, sino solo del übermensch (superhombre o transhombre).
4. El tiempo, la muerte y el amor
El deseo de más tiempo de los replicantes los
humaniza pero seguramente es el amor el aspecto más sorprendente que
hace que podamos reconocerlos como personas. El amor libera del tiempo y
rompe fronteras. Cuando Deckard le dice a Rachael que toca muy bien,
hay una exaltación del presente mediante el amor, que hace que ya no
importe su pasado ni su identidad, que todos los miedos se borren. Es
como si Rachael naciese en ese momento; como si naciese en tanto que ser
digno de amor y, en ese sentido, como portadora de derechos.
Al final de la película, en el montaje del productor, el amor libera a Deckard y a Rachael también del futuro, del tiempo que les queda. El amor humaniza a Rachael pero también a Deckard al generarle sentimientos; la fuerza del sentimiento que les une hace que escapen de la esclavitud del tiempo, del miedo a la muerte. Gracias a la pasión amorosa, los protagonistas, muestran un desdén ante lo que les queda porque son felices en ese momento.
Al final de la película, en el montaje del productor, el amor libera a Deckard y a Rachael también del futuro, del tiempo que les queda. El amor humaniza a Rachael pero también a Deckard al generarle sentimientos; la fuerza del sentimiento que les une hace que escapen de la esclavitud del tiempo, del miedo a la muerte. Gracias a la pasión amorosa, los protagonistas, muestran un desdén ante lo que les queda porque son felices en ese momento.
Pero también hay otra forma de amor - una forma de amor que sólo es posible a un ser sin resentimiento-, esto es, el amor a la vida de todos por encima de todo; es el amor que Roy muestra claramente al salvar a Deckard.
5. La vida personal como narración
No obstante, cuando Roy salva a Deckard también
podemos verlo como una autosalvación. Después de escuchar las campanas
que anuncian su muerte, Roy hace un monólogo que dibuja su identidad
personal; un monólogo que, a diferencia de la transparencia del yo
buscada en la modernidad, busca su identidad en el ir y venir del yo al
contexto; un modelo de monólogo propio de nuestra forma contemporánea de
darnos identidad. La visión personal de Roy vive gracias a la
narración, narración que solo puede sobrevivir si le perdona la vida a
Deckard. Acaso, ¿aquello que no podemos contar, no parece como si no
hubiese existido?
Ante las puertas de la muerte, Deckard, con una paloma en la mano, que podríamos interpretar como el búho de la sabiduría, reflexiona y toma conciencia de su vida aunque ya sea demasiado tarde:
Cuando
la filosofía pinta su gris sobre gris, entonces ha envejecido una
figura de la vida y, con gris sobre gris, no se deja rejuvenecer, sino
sólo conocer; el búho de Minerva sólo emprende su vuelo al romper el
crepúsculo.
(Hegel, Fundamentos de la filosofía del derecho, 1820)
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