Refugiado en Niza después de la Primera Guerra Mundial, recupera como dijo Ingres “el dibujo, que es el cimiento del arte y el ombligo que es el ojo del torso”, y se vuelca en los vientres redondos de sus modelos, en su reposada espera. Matisse en Niza se convierte en el primer voyerista moderno. En sus desnudos provocados, artificiales y teatrales, él es cómplice de quien posa, y la actitud de sus esclavas nos dice que él está adentro, que no están solas, que forman parte del harem.
Estas odaliscas son las adolescentes que hoy conectan su webcam en la computadora y se muestran desnudas, se masturban y provocan a los miles de internautas que las observan, mientras que en la otra habitación, como en otra escena de Matisse, su madre y sus hermanos pequeños juegan al ajedrez.


Este
 fenómeno de explotación del estado íntimo, del rompimiento de esa pared
 y la intrusión indiscriminada de extraños en la privacidad, es antes 
que un vicio moderno un logro estético de Matisse. Sus obras son vistas 
por una cámara de video que graba 24 horas, en donde los personajes a 
veces evidencian que el espía está ahí, y otras lo ignoran, lo niegan 
voluntariamente. Él como los voyeristas de internet, les pide a las 
modelos que tengan una actitud, les monta un decorado, las viste, y crea
 espacios fantásticos, harems que sólo existen en el interior de su 
casa.
 
 

En la mayoría de las de litografías de desnudos, las modelos descansan sobre un diván, están con la confianza de ser observadas por un viejo amante, a veces lo miran, esperan que les pida algo: que abran las piernas, levanten los brazos, cierren los ojos. Y a un lado está Matisse, con algo más de 60 años, pintando completamente vestido, con corbata y su bata blanca, mientras una joven posa de espaldas, mostrando sus nalgas perfectas, nalgas que Matisse conoce perfectamente y puede dibujar con dos trazos.
 
 
En la mayoría de las de litografías de desnudos, las modelos descansan sobre un diván, están con la confianza de ser observadas por un viejo amante, a veces lo miran, esperan que les pida algo: que abran las piernas, levanten los brazos, cierren los ojos. Y a un lado está Matisse, con algo más de 60 años, pintando completamente vestido, con corbata y su bata blanca, mientras una joven posa de espaldas, mostrando sus nalgas perfectas, nalgas que Matisse conoce perfectamente y puede dibujar con dos trazos.
 
 
Estas litografías de 
desnudos son obras de quien ha tocado muchas veces esos cuerpos, que los
 ha tenido entre las manos, que los posee cuando le da la gana. Matisse 
conocía el poder de la intimidad, sabía que si lograba meternos dentro 
de esas casas, en las habitaciones de estas mujeres, nos íbamos 
enganchar como si fuera ajenjo. El poder de la adicción al sexo, a la 
curiosidad que implica ver, entrometerse en lo que no nos pertenece es 
una droga violenta.

Y Matisse explotó ese vicio, esa adicción a la contemplación de la cotidianeidad ajena, reconstruyó con milimétrico detalle casas, estancias, ambientes y nos introdujo hasta el fondo para que supiéramos como viven esas personas. Lo cubrió de colores explosivos para jalar nuestro apetito. Son lugares hedonistas, aquí el placer corre de un cuarto a otro. Y al fondo una ventana abierta nos dice, me gusta que me vean, me encanta que violen mi espacio, que escuchen mis quejidos, que se enteren que estoy cogiendo con el pintor, que me cojo a Matisse.
 
 

Y Matisse explotó ese vicio, esa adicción a la contemplación de la cotidianeidad ajena, reconstruyó con milimétrico detalle casas, estancias, ambientes y nos introdujo hasta el fondo para que supiéramos como viven esas personas. Lo cubrió de colores explosivos para jalar nuestro apetito. Son lugares hedonistas, aquí el placer corre de un cuarto a otro. Y al fondo una ventana abierta nos dice, me gusta que me vean, me encanta que violen mi espacio, que escuchen mis quejidos, que se enteren que estoy cogiendo con el pintor, que me cojo a Matisse.
 
 
Existen
 estudios de género que reprochan la pasividad de las modelos, dicen que
 son utilizadas, sin percatarse que no son pasivas, que gozan mientras 
son observadas. Los voyeristas existen porque los exhibicionistas son 
unos viciosos. Es la felicidad del apetito saciado, y la promesa de que 
habrá más. En las odaliscas con pantalones, una de rayas, otra blancos, 
los pliegues repiten los músculos del coño, y la piel está bañada por la
 luz cálida de Niza, que provoca brillos. Matisse que venia de los 
colores planos y las líneas sin luces, con voracidad describe hasta la  obsesión
 la suave y tibia carne de sus esclavas, de sus mujeres dispuestas y 
amables. Ese ojo que es el ombligo que lo mira, es el otro espía, el que
 ve como Matisse ha regresado al placer, a la luz, a la voluptuosidad.    
 
 
Publicado por Laberinto de Milenio Diario, el sábado 1 de agosto. 
@
http://artedeximena.wordpress.com/arte-contemporaneo/i-las-vanguardias-historicas/fauvismo/
http://faithbookjr.ning.com/profiles/blogs/sleeping-nudes-2
http://micasaesmimundo.blogspot.com.ar/2007/07/herman-braum-vega-algo-de-irreverencia.html
http://www.avelinalesper.com/2009/08/matisse-el-gran-voyerista.html
http://www.wikipaintings.org/es/henri-matisse/mode/all-paintings

 
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